29 Ago De la hiperactividad a la maestría
El diagnóstico, adagio o refrán, entre otras cosas muy acertado, de que “es mejor atajar, que empujar”, define en mucho la evolución personal, profesional y por estos días académica de Luis Miguel Mejía Martínez, el único hijo de la eterna Yiya y mío, quien nació paralelo o al mismo tiempo de la cuarta revolución de la humanidad, hace 32 años, con el mundo digital con todo su descrestante e impactante desarrollo.
En la primaria en el Salazar y Herrera se cansaba de la ortodoxia de la educación de tablero, se salía de clases y claro nos llamaban a un ridículo juicio a los padres. Como no aguantamos el estilo obsoleto de la educación religiosa católica, lo sacamos y nos dieron la oportunidad de continuar los estudios secundarios en el Instituto Jorge Robledo, que tenía fama de civilista y libertario en impartir conocimiento, además de una sede con amplitud, mangas y canchas para jugar y respirar independencia, autonomía, emancipación.
Pero la marcada hiperactividad, que comenzó a aflorar desde de los 12 años, heredada del ADN mío y no de la mamá, que era una mujer muy calmada y tranquila, lo llevó a complicarse su permanencia en esas aulas, donde coincidió con otros pelaos de clase media súper inquietos, que fueron macartizados por profesores de bachillerato que estaban en el lugar equivocado y eran inferiores a la formación de una generación de muchachos muy distinta a la del siglo pasado.
Esta vez me tocó enfrentar a dos de esos profesores que se creen superiores a los padres de familia y chocaron con mi tendencia libertaria de ver el mundo y nos fuimos de conflicto, lo que fue la causa para el epílogo de Luismi en esa institución. Mejor dicho, por no bajarle la cabeza a esos dos semi-educadores lo echaron de ese Liceo donde en su miscelánea había estudiantes de familias de mafiosos contra lo cual también colisionó el hijo.
La hija de un reconocido miembro del cartel, de una actitud insoportable tuvo un desacuerdo con Luis Miguel, quien no tragaba entero. Como consecuencia de esas diferencias entre pelados la irreverente jovencita le propinó por la espalda rasguños en la cara y éste le respondió con un empujón, lo que llevó en forma ruiseña a advertirle al hijo que le había declarado la guerra a la mafia. Jijji.
Las canas comenzaron a salirle a la Yiya por las travesuras del hijo, que hasta la hacían llorar preocupada por el destino académico de Luis Miguel. No sabía que era el retrato de su padre, pues yo fui peor en los años 60 del siglo pasado.
La solución a ese tipo de crisis doméstica fue el colegio Antares, donde Luismi convivió con jóvenes igual o más de hiperactivos que él y después de muchas no fáciles vivencias y muchas otras peripecias se graduó de bachiller.
Y vino el cambio. Y como definitivamente es mejor frenar que empujar, también gracias al empeño que siempre le puso su madre y a que los tres siempre estuvimos en familia, además de los sabios consejos del profe Édgar Ramírez, de la médica Luz Imelda Ochoa y de varios de los familiares, entre otros, comenzó su transformación personal.
Dos amigos de la familia el político Jairo Gallego y el loco médico Jorge Morales tenían toda la razón cuando comentaban, haciendo referencia a él, que tenía que ser hijo de Nacho Mejía. Ellos ahora lo felicitan por los logros alcanzados.
Desde los primeros años de estudios universitarios en la Facultad de Derecho de Unaula, el cambio fue total. Luismo asumió con muchas ganas y responsabilidad su desempeño académico hasta lograr en cinco años el título de abogado, aunque un profe que se cree el enviado de los dioses, casi se tira en todo en Procesal civil.
Allí se codeó y recogió enseñanzas de grandes amigos de mi vida en el periodismo político como Ramón Elejalde, Pedradita, Rodolfo Correa, al mismo rector Rodrigo Flórez y un profe que fue un antiguo novio de mi Yiya allá de párvulos en la recordada Liborina.
La historia académica más reciente de Luis Miguel muestra que tras el título de abogado, siguió formándose y al mismo tiempo laborando y cursó la especialización en Derecho Administrativo también en Unaula, luego en Tributaria con el Externado de Colombia en plena pandemia y en la noche del jueves 28 de agosto convirtió su mayor golazo a lo Ezequiel Cano, al recibo el título de magíster en Derecho Administrativo con un trabajo de grado laureado o distinguido con Cum Laude sobre el Control Fiscal y la conciliación en materia de lo contencioso administrativo, análisis jurisprudencial de la sentencia CC 071 de 2024 de la Corte Constitucional. Y está pensando en cursar un posgrado en contratación pública.
La jornada de ese inolvidable jueves fue maravillosa. Antes de la ceremonia de grados nos encontramos en los corredores del edificio central de Unaula, Luis Miguel, su esposa Natalia y yo. Ellos estaban hermosos, elegantes y vibrantes.
Ingresar luego al auditorio Rafael Uribe Uribe me recordó siempre el legado y mi actual vivencia de formación liberal, no partidista porque al partido lo acabaron sus equivocados manejadores.
Colombia sería una maravilla si aquí imperara la siguiente estrofa del himno de Unaula que reza: “Cogobierno es sistema de vida – Libre cátedra, fiel expresión, – abanico de ideas y credos, – puertas francas a todo color”.
Fue una ceremonia de una hora, muy bien organizada, solemne y en que unos 70 jóvenes y algunos mayores recibieron títulos en especializaciones y en maestría.
Luismi estaba impecable con su cachaco, que después se transformó en el traje de graduación que le ayudó a poner su esposa con la toga, el birrete y la borla donde se leía maestría.
El emocionante rito, presidido por el rector y otros directivos, coordinadores y profesores de los programas de postgrados, se animó con el regalo musical de la universidad para los graduados. Los integrantes de Voz Saxo se lucieron con las interpretaciones de El Privilegio de amarte de Mijares y Vivo por ella del enorme tenor Andrea Bocelli.
Un momento de mucha afectividad fue cuando el maestro de ceremonias pidió a los graduados que se pusieran de pie, se voltearan hacia sus familiares y los aplaudieran por el esfuerzo hecho para alcanzar la meta académica.
A Luismi lo llamaron dos veces a la mesa central. La primera para otorgarle el grado en maestría y la segunda para anunciar que su trabajo de grado fue reconocido con la distinción Cum Lauden. Me imagino a la Yiya feliz allá en la eternidad, mientras Natalia y yo aplaudíamos sin parar. Y se me tenía que soltar en voz alta que era un hincha del Rojo.
El jueves no terminó con el fin de la ceremonia, pues el grado de Luismi permitió que, tras la muerte de la Yiya, se volviera a reunir la familia de ella para festejar en una grata noche el nuevo escalón académico de un hiperactivo que pasó a la maestría. Pero aún le queda un poquito de rezago de esa inquietud y la saca a relucir en la tribuna del Atanasio cuando el DIM la está embarrando y es casi siempre. No vale la pena, los futbolistas son ídolos de barro y el fútbol otro cartel.
Trece familiares estuvieron alegremente tertuliando, cenando y tomando unos aperitivos. Felicitaciones a Luismi.
Pero en todo momento hubo una persona más presente: La Yiya, porque todos la recordaron.

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