12 Jun Gracias mi caro amigo
Un detalle de vida que puede definir, explicar, comprobar y dar cuenta de la productiva, exitosa, decente, política, sin escándalos, seria y profesional trayectoria jurídica, profesional y personal del magistrado Jorge Octavio Ramírez Ramírez fue la emocionante, aplaudida y merecida despedida que le tributaron colegas y funcionarios del Consejo de Estado.
Luego de despedirse del personal de su despacho, de bajar en ascensor al primer piso y al abrir la puerta se encontró rodeado de una calle de honor que conformaron los empleados del Consejo de Estado para decirle gracias por la gesta que durante casi seis años desarrolló en ese tribunal judicial.
El aplauso fue extenso y se produjo no solo en el primer piso, sino en la segunda y tercera planta, pues todo el personal del Consejo de Estado se transformó en un solo concierto de aplausos en vivo y en gratitud a quien puso en todo lo alto y con honor no solo sus responsabilidades de magistrado y su figura jurídica, sino también por enaltecer el cargo de presidente de la máxima autoridad judicial de la jurisdicción de lo contencioso administrativa.
El aplauso fue extenso y atronador y el magistrado Ramírez avanzaba lento por todo el centro del hall y siempre con su actitud cálida, tímida pero feliz por el deber cumplido desde julio de 2013 cuando fue elegido magistrado del Consejo de Estado y hasta finales de 2019.
En diciembre de ese año optó por retirarse como consejero de Estado sin completar su periodo, pues sentía que ya le había cumplido a la Rama Judicial en casi 40 años de ejercicio profesional y quería retornar a su terruño paisa a asumir la decanatura de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, UPB, de la cual fue su egresado y profesor.
Promediando la década de los años 90 cuando ya había asumido la edición política del periódico EL MUNDO y gracias a nuestro amigo, pero también mentor político Jairo Gallego Berrío, el Marqués de Yolombó, tuve la fortuna de conocer en persona a Jorge Octavio Ramírez, quien por esa época fungía como magistrado del Tribunal Administrativo de Antioquia, en el que estuvo durante más de 25 años antes de aceptar ser consejero de Estado, salto que se merecía hace rato, pero que se demoró por su propia personalidad serena, tranquila, sin ambiciones exageradas e imposibles.
Corría la mitad de los años 90 del siglo pasado y a la Contraloría de Medellín llegó como titular el abogado y profesor de la U. de A., Carlos Alberto Atehortúa Ríos junto a un gran equipo de profesionales que en lo político comandaba Jairo Gallego y en lo jurídico David Suárez Tamayo, quien luego por esas calendas fuera la revelación joven del Derecho en Antioquia.
Este grupo de directivos convirtieron a la Contraloría Municipal en una verdadera universidad no solo para el control fiscal, sino que le dieron la oportunidad a muchos de sus servidores a que se profesionalizaran y se capacitaran en todas las ramas del saber, además de programar conferencias, charlas y cursos que fueron dictados por expertos y especialistas en los temas y entre ellos se encontraba Jorge Octavio Ramírez, quien se caracterizó en su existencia por multiplicar sus conocimientos hacia otras personas, contribuyendo de esa forma a mejorar la calidad del servicio público.
En esas jornadas académicas fue que tuve la grata fortuna de entablar amistad y una muy respetuosa relación magistrado y periodista con Jorge Octavio Ramírez, lo que cambió positivamente muchas perspectivas en mi forma de entender la judicatura, todo lo cual se completó con el permanente aporte que durante todo mi vida en la reportería y la redacción de noticias me brindaron Atheo, Gallego y Suárez, quienes junto a Ramírez, fueron verdaderos docentes para mi formación intelectual en el periodismo político y a entender los fallos judiciales, sobre todo a saber leerlos porque no hay una cosa más perezosa que esas kilométricas sentencias y sus rimbombantes y rebuscadas expresiones.
Cada tertulia, reunión social, conversación profesional con Ramírez y los otros tres amigos fue una clase gratuita. Era un placer escucharlo explicar en detalle un fallo del Tribunal seccional, sobre todo los que involucraban a políticos y a situaciones gubernamentales.
Jorge Octavio Ramírez nos facilitó el trabajo informativo y hoy puedo confesar que me ayudó, con la mediación y acompañamiento del Marqués Gallego, a chiviar a El Colombiano y a los noticieros radiales locales. Lo hizo tanto como magistrado del Tribunal como en el Consejo de Estado.
No se daba ínfulas de nada, era pragmático, muy paisa con herencia paterna en el departamento de Risaralda y de origen conservador, pero era de los conservadores más liberales que he conocido, pues la ideología partidista la trascendía con su sabiduría y serenidad.
Pero había también otro detalle que llamaba la atención de su personalidad y fue el trato que le daba a todas las personas. Era tan cordial y respetuoso que me comenzó a llamar “Mi caro amigo”, linda expresión que también significa buen amigo y que hasta su triste partida eterna siempre lo llamábamos así el Marqués y yo.
Y no solo lo denominamos “Mi caro amigo”, sino que también y muchas veces en la columna informativa Panorama Político de El MUNDO lo llamaba mi magistrado preferido por todo su cariño, amistad, enseñanzas y noticias que me entregó. Así era él, un caballero y todo señor muy desprendido de vanidades y estupideces humanas.
Siempre elegante hasta cando vestía sport, muy bien presentado.
Antes de llegar a las grandes ligas de la judicatura colombiana, Jorge Octavio Ramírez se preparó sólidamente en el Derecho. Fue especialista en Derecho Administrativo también de la UPB y Magíster en Derecho Procesal de la Universidad de Medellín.
También realizó estudios en Derechos Humanos, Derecho Petrolero, Comercio Internacional, Filosofía del Derecho, entre otros.
Y antes de ser magistrado fue juez promiscuo municipal, abogado litigante y coordinador de procesos judiciales en las Empresas Públicas de Medellín.
Ramírez Ramírez también dedicó su existencia a enseñar a las nuevas generaciones de abogados y fue docente de la UPB desde el año 1988 tanto en pregrado y posgrado, en la Escuela Judicial Rodrigo Lara Bonilla y en otras universidades del país. Fue representante de los egresados de la UPB, recibió del Consejo Superior de la Judicatura la condecoración José Ignacio de Márquez en la categoría bronce y plata, la cual exalta el cumplimiento del deber, los aportes a la jurisprudencia, la dignidad de la justicia y al ejercicio de la judicatura.
En las tertulias hablaba con facilidad de los intríngulis de la política y sabía entenderla porque venía de familiares muy políticos que incluso fueron congresistas. Todo ese bagaje lo empleó cuando a los tribunales de justicia la ley les otorgó facultades para seleccionar a aspirantes a contralores departamentales y municipales, en lo que mostró su casta y habilidades para acertar en la escogencia de los candidatos a jefes de control fiscal para ser elegidos por las asambleas departamentales y los concejos municipales.
Acertaba tanto en ello que hasta el Marqués en broma le decía que tenía muy buena pinta de manzanillo. Todo eran risas.
Pero la vida es irónica. Cuando ya le había cumplido a Colombia como juez y estaba feliz como decano en su UPB, apareció el cáncer, enfermedad que enfrentó con dignidad y con todo los cuidados y atenciones médicas en el último año y medio, pero la agresividad de la patología fue minando sus ganas de vivir.
El Marqués Gallego siempre estuvo a su estilo, con mucha prudencia y en silencio cerquita en los momentos difíciles que padecía el magistrado. Teníamos muchos planes de tertulias y viajes para distraerlo y contribuir a su salud mental.
Sin embargo, el miércoles de la semana pasada la dura realidad fue otra. Días atrás el Marqués Gallego me había revelado que no pintaba bien la evolución en la salud del magistrado. Y ese día me comunicó que la familia de Ramírez lo había llamado porque él quería verlo en su residencia y que yo lo acompañara, lo que me alegró para volverlo a saludar.
Allí estuvimos, nos entraron a su habitación, estaba sentado en una cómoda silla, le hablamos, contamos historias, recordamos algunas andanzas whiskeras, la política no faltó, las huellas del cáncer ya se notaban en su rostro. Logramos hacerlo reír pese a su imposibilidad para moverse y hablar. No se veía bien.
En un momento le pidió a su esposa que Jairo se le acercara al oído. Él lo hizo y tras unos breves segundos el Marqués se volvió a parar, se acercó a una ventana, se quedó en silencio. Estaba Llorando. Jorge Octavio Ramírez prácticamente se había despedido y le había agradecido su amistad. Fueron muy amigos.
A las 4 de la madrugada de este miércoles 12 de junio “Mi caro amigo”, mi magistrado preferido nos dejó y descansó.
Sus exequias serán este viernes 14 de junio a la 1 de la tarde en la capilla de la UPB en su sede de Laureles.
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